La sostenida campaña de Israel contra los palestinos para despojarles de sus tierras y de sus derechos se ha podido llevar a cabo durante más de 60 años gracias principalmente a tres factores:
* Estar dotados de una superioridad militar aplastante.
* Tener a la opinión pública de su parte, sobre todo en los Estados Unidos y Europa.
* Convencer a la clase trabajadora judío israelí de que le interesa más apoyar a la elite sionista que unirse en una causa común con los palestinos de a pie.
La preponderancia militar de Israel es incuestionable debido tanto al apoyo incondicional de los Estados Unidos y sus aliados (incluyendo Canadá) como al suministro ilimitado de tecnología y equipamiento militar avanzados. Con todo, ha sido insuficiente para que Israel alcance su objetivo final, esto es, obligar a los palestinos a que abandonen la resistencia y acepten la opresión y la desposesión de sus tierras. La ofensiva continuada de Israel se ha enfrentado a una resistencia palestina igualmente decidida, que se resiste a aceptar la injusticia de la ocupación y que, ocn el tiempo, ha ido generando una creciente red internacional de apoyo y solidaridad. En docenas de países y centenares de comunidades de todo el mundo han aparecido organizaciones y movimientos que exigen que Israel se adhiera a las leyes internacionales y a los principios básicos de justicia.
Israel y sus adeptos ven en esas campañas internacionales una gran amenaza. El veto impuesto por los Estados Unidos a cualquier tentativa de obligar a Israel a rendir cuentas, hace que éste quede libre y exento de las mismas sanciones que sí se imponen a otros estados que violan los derechos humanos y las leyes internacionales. La enorme afluencia anual de ayuda externa de la que depende Israel es crucial hasta el punto de que si se suprimiera, podría resultar en el desmoronamiento del Estado.
El debilitamiento del apoyo público en los Estados Unidos, Canadá y Europa, supone, pues, una amenaza para esa ayuda externa, sin la cual el estado de Israel no existiría. Hasta ahora, los gobiernos que hacen la vista gorda a las violaciones de la ley internacional de Israel han ignorado la opinion pública en sus propios países, sin embargo, esta situación cambiaría si el apoyo a Israel llegara a convertirse en un problema político, A este respecto, lo más preocupante para Israel es que el favor que recibían de los judíos de Estados Unidos y Canadá, sobre todo de los más jóvenes, ha caído de manera espectacular, lo que pone en peligro el apoyo internacional.
Las amenazas a la legitimidad internacional de Israel conllevan un peligro interno aún más grave: el riesgo de que los mismos judíos israelíes empiecen a ver la fórmula sionista (en esencia, un estado militarizado de apartheid que ejerce su dominio sobre la población palestina a la fuerza) como un callejón sin salida.
Si la clase trabajadora de judíos israelíes viera que sus intereses son diferentes de los de la elite dirigente, si se convencieran de que sus intereses a largo plazo serán mejor atendidos si se unen a los palestinos en la labor de crear un estado democrático laico con igualdad de derechos para palestinos y judíos, la clase dirigente de Israel se encontraría en la misma situación insostenible que de la elite blanca en la Sudáfrica de principios de los 90. De momento, los líderes de Israel ya están debatiendo qué hacer con la «amenaza demográfica» a la que se enfrentan, puesto que al tiempo que cada vez más judíos israelíes abandonan el país para irse a vivir a otros lugares, la población palestina va en aumento.
La resistencia palestina y el creciente apoyo internacional que atrae han sido determinantes para cambiar la imagen de Israel. La opinión pública internacional está cada vez menos dispuesta a ignorar la limpieza étnica, la destrucción de viviendas, las humillaciones sistemáticas, los encarcelamientos, la tortura y el asesinato indiscriminado de civiles (niños y adultos).
El Estado de Israel, enfrentado al menoscabo de su credibilidad y apoyo, ha emprendido una acción cada vez más represiva contra la resistencia no violenta palestina, uno de cuyos centros se encuentra en la ciudad de Bilín. Bilín ha luchado contra la expansión del asentamiento ilegal de Israel en sus tierras por medio de unas protestas semanales no violentas durante más de cinco años, que han convertido a Bilín en un símbolo internacional de la resistencia no violenta. Con el fin de aplastar Bilín y acabar con las protestas que tanto daño están causando a su imagen en el exterior, el Estado de Israel ha empleado unas tácticas de acoso y brutalidad todavía más extremas. Tácticas de acoso y encarcelamiento similares se aplican a otros palestinos de la resistencia, así como a israelíes judíos y a activistas de la solidaridad internacional que apoyan la causa palestina.
Por su parte, el Estado de Israel, con la ayuda de sus partidarios en los Estados Unidos y Canadá, ha lanzado en el extranjero campañas de propaganda sumamente agresivas y bien financiadas con el objetivo de contrarrestar el declive del apoyo internacional.
Una característica significativa de estas campañas es que, por lo general, no se centran en tratar de justificar la conducta de Israel, lo que hace suponer que los artifices de tales esfuerzos propagandísticos se dan cuenta de que es imposible conseguir que la opinión pública acepte los crímenes de guerra y los abusos contra los derechos humanos.
En lugar de ello, han hecho hincapié en intentar silenciar los reproches a Israel, empleando groseras tácticas difamatorias y una censura nada sutil contra sus críticos más acerados, lo que ha dado lugar a, por ejemplo, situaciones de acoso y despido de catedráticos (Norman Finkelstein, Joel Kovel) de un número creciente de campuses, así como a intentos de prohibir eventos como la «semana del apartheid israelí».
Ahora, en Canadá, somos testigos de un intento de silenciar las críticas a Israel etiquetándolas de antisemitas, y, en consecuencia, de discurso del odio. El objetivo de esta táçtica es triple: suprimir la conciencia pública sobre la actuación de Israel; desacreditar a los críticos, acusándolos de «antisemitas» y, por último, mantener a los judíos en su lugar, atemorizándolos con el espectro del antisemitismo.
El Gobierno canadiense de Harper, fanáticamente proisraelí, y, por consiguiente, completamente implicado en dicha campaña, ha recortado fondos a grupos de apoyo a palestinos en busca de justicia, y ha creado un cuerpo parlamentario encargado de formular la base legal para ilegalizar las acusaciones contra Israel.
Si el Gobierno de Harper se sale con la suya, afirmaciones sobre los principios de los derechos humanos y el derecho internacional como las siguientes (todas ellas comúnmente aceptadas), en Canadá, acabarán por clasificarse como discurso del odio antisemita:
«Un estado debe ser el estado de todos sus ciudadanos».
La afirmación anterior se podría considerar «antisemita» pues implica que el Estado de Israel tiene la obligación de servir y representar a todos sus ciudadanos por igual, tanto palestinos como judíos.
«Toda persona nacida en un Estado o con residencia permanente en ese territorio por un período de tiempo específico y razonable tiene derecho a la ciudadanía».
Dicha afirmación sería «antisemita» pues significa que los palestinos que están bajo la ley del Estado de Israel tienen derecho a la ciudadanía de dicho Estado.
«Todos los ciudadanos de un Estado deben ser iguales ante la ley, tendrán los mismos derechos, privilegios y responsabilidades de la ciudadanía. Un Estado no puede favorecer o discriminar a sus ciudadanos en base a su religión, origen o raza».
Afirmación que sería «antisemita» pues implica que Israel tiene que desmantelar sus leyes discriminatorias de tipo apartheid.
«Todo Estado debe aceptar sus fronteras reconocidas internacionalmente y renunciar a ocupar nuevos territorios fuera de ellas».
La afirmación anterior se consideraría «antisemita» pues significa que Israel debería dejar de tomar territorios más allá de sus fronteras.
«Todo Estado debe acatar el derecho internacional, incluido el Convenio de Génova, las leyes contra el castigo colectivo, las leyes contra la tortura, etc».
Dicha afirmación se consideraría «antisemita» pues implica que Israel tiene que dejar de practicar la limpieza étnica, el castigo colectivo y otras violaciones del derecho internacional.
«Los refugiados tienen el derecho a regresar a las tierras de las que fueron expulsados por un ejército invasor o un poder de ocupación».
Dicha afirmación se puede considerar «antisemita» pues significa que a los refugiados palestinos que Israel expulsó de sus tierras se les debe permitir ejercer su derecho a volver de acuerdo con la ley internacional.
«Se deberían imponer sanciones a aquéllos que violan el derecho internacional».
La afirmación anterior podría calificarse de «antisemita» pues implica que Israel debería enfrentarse a sanciones por aplicar el castigo colectivo y la limpieza étnica, por practicar la tortura, por cometer crímenes de guerra, por desafiar las resoluciones de la ONU y los fallos de la Corte Internacional de Justicia y por otras acciones ilegales.
La tentativa de prohibir las críticas a Israel etiquetándolas de «antisemitas» no sólo debe ser cuestionada por el grave peligro que supone, sino que se debería considerar una táctica fruto de la desesperación provocada por la creciente oposición a los crímenes del Estado de Israel.
El recurso de practicar una represión cada vez más flagrante es un síntoma de pérdida de control. En el pasado, tales tácticas no fueron necesarias puesto que las críticas a Israel se confinaban al margen del debate público. En cambio, ahora se han vuelto mayoritarias, y los que apoyan un Estado de Israel de tipo apartheid étnicamente delimitado se sienten cada vez más amenazados; lo que, a pesar de que todavía queda mucho para ganar la batalla, debería ser un aliciente para todos los que defendemos un estado democrático y laico.
Also available in Arabic: Tactics of Desperation.
Also available in English: Tactics of Desperation.
Also available in French: La tactique du désespoir.
This article is also available in Polish: Taktyki Desperacji: Uźywanie fałszywych oskarźeń antysemityzmu jako broni uciszającej krytykę zachowania Izraela.