La “libertad de expresión”, siempre y cuando no ofenda a nadie

Por Ulli Diemer


“Algunos quieren una censura total, otros media censura, y otros tres cuartas partes de la libertad de prensa, otros nada en absoluto. ¡Dios me guarde de mis amigos!”
- Karl Marx.


El pasado Fool’s Day del mes de abril (el 1 de abril es Fool’s Day, el Día de los Inocentes en la tradición anglosajona), añadí mi granito de arena al debate que estaba teniendo lugar sobre el “apartheid israelí”, y escribí y distribuí unas declaraciones haciendo creer que provenían de una organización llamada “Antiguos Alumnos por un Discurso Responsable”.

Como parte de mi trabajo con Connexions (www.connexions.org) mantengo una recopilación online de recursos sobre Israel y Palestina, de manera que he llegado a ser bastante consciente del alcance que están teniendo las tácticas de los grupos pro-israelitas, al tratar de apagar las críticas sobre Israel, en lugar de rebatirlas.

He tendido a ver ésto como un síntoma de que dichos grupos se están dando cuenta de que están perdiendo el debate. Debido al comportamiento de Israel, están teniendo que afrontar una pérdida de apoyo cada vez mayor, incluso entre los judíos, y están encontrando cada vez más difícil el esgrimir argumentos convincentes para defender los abusos de los Derechos Humanos y las violaciones de las leyes internacionales por parte de Israel, recurriendo a simples intentos basados en la intimidación y la censura, lo cual incluye el etiquetar cualquier tipo de crítica contra Israel de antisemita.

La sátira de “Antiguos Alumnos por un Discurso Responsable” apuntaba en concreto a unos descubrimientos recientes en varias universidades canadienses, donde el personal administrativo y facultativo, a los cuales les gusta hacerse pasar por fervientes defensores de las libertades académicas y la libertad de expresión, se mostraban a sí mismos como partidarios de la prohibición y la censura cuando surgían ideas que a ellos, o a los fundadores de la universidad, les resultaban incómodas.

En la Universidad de Toronto por ejemplo, los facultativos pro-Israel, retiraron un anuncio de una página del National Post solicitando a la Administración de la Universidad la prohibición de los eventos relacionados con la “Semana del apartheid israelí” en el campus. La Administración de la Universidad intentó que la policía de Toronto les hiciera el trabajo sucio al solicitarles una resolución en la que se calificara como “discurso de odio” el acusar a Israel de practicar el apartheid. Esta imperiosa necesidad de abandonar las responsabilidades de la universidad para defender la libertad de expresión fracasó cuando la policía demostró ser más liberal que los burócratas universitarios, comunicando a la Universidad que ellos no veían problema alguno con dichas celebraciones.

En la Universidad de McMaster la Administración trató de prohibir el uso del término “apartheid israelí” en el campus. Ésto desencadenó muchas protestas, incluyendo la de un estudiante del sindicato de la Universidad de York (donde también se estaban llevando a cabo eventos relacionados con la Semana del Apartheid Israelí) que pedía la rescisión de la prohibición “de acuerdo con un compromiso básico con la libertad de expresión y de organización, en el contexto democrático de la universidad pública”. Continuaron alegando que “esta inusual e improcedente prohibición es una violación evidente de la libertad de expresión democrática y está en desacuerdo y ataca los derechos de los estudiantes a organizarse”. La postura de la Federación de estudiantes de York, (YFS, por sus siglas en ingles) y de la Asociación de estudiantes de postgrado (GSA, por sus siglas en ingles) es que las Universidades son lugares donde deben promoverse los debates y las discusiones sobre cuestiones geopolíticas en lugar de reprimirse. La controversia internacional respecto al uso de la expresión “Apartheid Israelí” no puede resolverse mediante la represión, sino a través del intercambio intelectual.

Mi “alegato” en Antiguos Alumnos por un Discurso Responsable, por otro lado, jugaba de forma maliciosa con la postura de la universidad respecto al hecho de que ésta debería “tolerar el la libertad de expresión” “siempre y cuando no moleste a nadie”. En él hacía un llamamiento a la administración universitaria para “proteger a los estudiantes y facultativos y no confundirles al exponerles a ideas equivocadas o dañinas”, y sugería un número de ideas pro-activas (muy inspiradas en la novela de George Orwell 1984) incluyendo la creación de un “Departamento de Verdades Aceptables” “que asegure que sólo se enseñen ideas seguras” así como duras medidas contra los “crímenes del pensamiento”. La sátira de Antiguos Alumnos por un Discurso Responsable hizo la ronda de visitas en Internet, circuló por un gran número de campus, y fue elogiado por todos aquellos que disfrutaron de la forma en que se crítica duramente a todos aquellos que “apoyan la libertad de expresión“ sólo para aquellas cuestiones con las que están de acuerdo.


Mas allá de la sátira.

En estos tiempos sin embargo, la sátira tiene pocas posibilidades de competir con la realidad. La batalla sobre la “Semana del apartheid israelí” en el campus apenas se calmó cuando el estudiante del sindicato de York anteriormente mencionado (”las Universidades son lugares donde deben promoverse los debates y las discusiones sobre cuestiones geopolíticas en lugar de reprimirse”) volvió a arremeter contra la refriega de la libertad de expresión. Ahora, los mismos que habían denunciado furiosamente “las libertades democráticas del discurso y el desacuerdo” y que habían condenado a aquellos que infringieran el “derecho de los estudiantes a organizarse” se encontraban decidiendo, por unanimidad, prevenir la organización, distribución de folletos, comunicación, reunión o participación en otras actividades anti-elección, de grupos anti-aborto e individuos afiliados a ellos. “Dichas actividades”, propusieron, “se definirían como cualquier campaña, acción, distribución, solicitud, o esfuerzos de grupos de apoyo, etc, que busquen limitar la libertad individual de elegir lo que uno puede y no puede hacer con su propio cuerpo”. Para explicar la aparente inconsistencia de la posición del estudiante del sindicato sobre la libertad de expresión, el vicepresidente explicó que “creemos que estos grupos pro-vida y anti-elección, son sexistas por naturaleza, ¿es ésta una cuestión sobre la libertad de expresión? No, es una cuestión sobre los derechos de mas mujeres”. Y todavía hablan del derecho individual de ellas a elegir lo que pueden o no pueden hacer con su propia mente.

Cualquiera que haya seguido las guerras sobre la censura sabe que esta muestra evidente sobre la doble moral no es un hecho aislado. Es, por el contrario, muy típica tanto de la izquierda como de la derecha. Al otro lado del espectro político, la derecha proclama constantemente su devoción por la libertad de expresión, y nunca se cansa de denunciar a aquellos que, según reclaman, infringen dicha libertad en nombre de lo “políticamente correcto”. Mientras tanto, se ven envueltos en continuas campañas para censurar las voces disidentes.

En los campus de EEUU se han orquestado una serie de ataques a la libertad académica de los estudiantes que se han atrevido a criticar a Israel. Uno de los más notorios fue el escándalo político que se llevó a cabo por la Universidad de DePaul contra el Profesor Norman Finkelstein, y que motivó el cese de su labor docente, un erudito en su campo y cuyo crimen fue el de criticar abiertamente la explotación de los supervivientes del Holocausto además de su opresión hacia el pueblo palestino.

Aquí en Canadá, el imperio mediático CanWest emitió unos juicios bastante desagradables contra aquellos activistas que distribuyeron una parodia del Vancouver Sun en la que se satirizaba la extrema parcialidad pro-Israelí de la cadena CanWest. Esta es una estrategia muy común conocida como Participación Publica Contra los Juicios Estratégicos (SLAPP, por sus siglas en inglés), la cual es utilizada por muchas multinacionales para intimidar y silenciar críticas asfixiando a los demandantes con costes legales que les pueden llevar a la ruina.

Al mismo tiempo, CanWest ha estado muy ocupada defendiéndose a sí misma contra numerosas reclamaciones interpuestas por varias comisiones sobre los derechos humanos a lo largo de Canadá (el equivalente a varios pleitos SLAPP) presentadas por un grupo de estudiantes de derecho de la la Residencia Osgoode de la Universidad de York. Los estudiantes quieren que la las comisiones de derechos humanos castiguen a Maclean’s y al periodista Mark Steyn por al publicación de un artículo escrito por Steyn en el que se habla de los musulmanes con un cierto toque negativo. Contra toda lógica, algunos de los individuos que levantaron la voz para defender la publicación de la parodia en el Vancouver Sun han expresado su apoyo al ataque al derecho de Maclean“s a publicar lo que desee.

Solicitando al estado que nos censure.

A los “progresistas” que hacen apología de la censura les gusta señalar que algunas personas, los dueños de las grandes corporaciones mediáticas y los comentaristas que ellos mismos contratan, por ejemplo, son capaces de conseguir que sus opiniones se oigan más que las de un ciudadano corriente, y eso se debe a que nuestra capacidad para ejercitar nuestro derecho a la libertad de expresión se ve, en cualquier caso, limitada. Eso es cierto. Pero ¿cómo es posible que eso les lleve a pensar que por lo tanto debemos invitar al estado a imponer incluso más límites sobre lo que podemos decir o escribir? ¿No hubo un tiempo en el que los progresistas se dedicaban a movilizar a la gente para luchar por sus derechos, más que a solicitar al estado que los censurase?

A primera vista, parece como que aquellos que un día apoyaron de forma apasionada la libertad de expresión, y que acto seguido se oponen a ella con la misma vehemencia, son simplemente unos hipócritas. Pero realmente es más que eso: es lo que George Orwell denomino doble pensamiento en su novela 1984: “tener dos creencias contradictorias en una mente al mismo tiempo, y aceptar las dos”.

La verdad es que respecto a este tema gran parte de la izquierda y de la derecha está de acuerdo, y también liberales, activistas y miembros de organizaciones pro-derechos humanos que no pueden ser etiquetados pertenecientes a la izquierda o la derecha. Todos tienen “en principio” la misma postura sobre la libertad de expresión, están ahí para defenderla, pero sólo si no se utiliza para expresar opiniones que les parezcan inapropiadas u ofensivas.

Sobre lo que no se ponen de acuerdo es simplemente sobre quién decide que ideas son inaceptables, es decir, quién va a censurar a quién.

Los totalitarios “quiero y no puedo” de izquierda y derecha.

Esta es de hecho la típica postura de los totalitarios de izquierda y derecha en todas partes, incluyendo a los progresistas: no se puede confiar en que la gente piense de la forma “correcta”, así que nosotros, que somos superiores, que siempre sabemos lo que es más conveniente, tenemos que censurar todo aquello que consideremos ofensivo o peligroso. El problema es que esta actitud condescendiente y cínica equivale a traicionar todo aquello con lo que los progresistas deberían identificarse. En el caso de la Universidad de York, ¿cómo se puede defender la idea de “elegir” cuando se está denegando a la gente el derecho a decidir qué opiniones y debates puede escuchar? ¿Qué puede resultar más insultante y más anti-feminista, que la idea de proteger a la mujeres de verse expuestas a propaganda anti-abortistas porque no son lo suficientemente inteligentes o fuertes para pensar sobre ello y rechazarlo por sí mismas?

La asombrosa falta de respeto hacia la inteligencia de otras personas es evidente, por supuesto. Es una forma muy efectiva de transmitir involuntariamente dos mensajes. Uno, que algo muy convincente debe haber en las opiniones censuradas. Y dos, que “ellos”, los censores, no tienen ningún argumento efectivo en contra de las opiniones que prohíben, por lo que tienen que recurrir a censurarlas.

El efecto lo que hace es aumentar invariablemente el encanto de aquello que se está prohibiendo, así como el número de sitios en internet relacionados con ello.

Dando a nuestros enemigos más armas para utilizar en nuestra contra.

De esta manera también se consigue poner en manos de nuestros enemigos más armas para utilizar en nuestra contra. Por ejemplo, durante las décadas de los 80 y 90 el objetivo de los “progresistas” pro-censura fue la pornografía. Los historiadores se sorprenderían años más tarde al ver cuánta energía se puso en intentar regular qué imágenes y fantasías se les podía permitir a los hombres ver mientras se masturbaban. Internet consiguió apagar más o menos el debate, pero no antes de que las leyes anti-pornografía consiguieran el efecto que sus oponentes habían predicho: el acoso a las librerías gay como Little Sister y Glad Lady, y la persecución de artistas que representan el sexo equivocado de la forma equivocada.

El marco de la censura se ha movido ahora hacia la política. El nuevo pecado es decir cualquier cosa que pueda resultar “ofensiva” a cualquier grupo identificable, ya sea un grupo étnico, religioso, de personas discapacitadas, relativo la orientación sexual, etc.

De lo que se trata aquí no es de buenas maneras (ser cívico, respetar a los demás incluso cuando no estemos de acuerdo con ellos, etc), preceptos admirables, seguramente no aquellas a ser reforzadas por el estado. No hay duda de que estaría bien si todos intentáramos, como si se tratara de una cuestión de decencia común, evitar ofender a los demás sin necesidad alguna, y el nivel del debate realmente mejoraría si la gente reconociera que la grosería y la mala educación que caracteriza a gran parte de la blogosfera, por ejemplo, son contraproducentes e incoherentes con los principios del debate político.

El derecho a expresar opiniones ofensivas.

Sin embargo, el debate político sí significa criticar ideas, ideologías, estructuras sociales, prácticas culturales y comportamientos que, bajo nuestro punto de vista, son dañinos o erróneos. De hecho, la crítica sobre lo establecido es esencial para cualquier tipo de movilización que implique un cambio social. Si nos tomamos en serio el trabajar por el cambio social, estamos obligados a criticar lo establecido, incluso aunque algunas personas encuentren nuestras opiniones ofensivas. Ellos también son libres para criticar lo que nosotros decimos si no les gusta. Esto es de lo que trata la libertad de expresión

Aún hoy, mucha gente ha llegado a pensar que es inaceptable expresar opiniones que otros encuentren ofensivas. Ese es el tema en casos de derechos humanos como el que se llevó contra Mark Steyn and Maclean´s: el artículo de Steyn decía cosas sobre los musulmanes que algunos encontraron ofensivas, y reclamaron por tanto que se había violado su supuesto derecho a no ser ofendidos.

Por supuesto no todos los musulmanes comparten este punto de vista. Como manifestó Sohail Raza en nombre del Congreso Musulmán en Canadá: “Esto es Canadá, no Sudán, Egipto o Pakistán, donde se acalla a la prensa. Hay libertad de prensa absoluta y la gente tiene la oportunidad de hacer oír su voz”.

Sin embargo, una de las consecuencias de la idea de que es un error ofender a cualquier grupo es el fortalecimiento de los elementos más reaccionarios y conservadores en todas aquellas comunidades a expensas de las corrientes más progresistas, porque los reaccionarios son siempre los que pueden sentirse ofendidos por cualquier critica, incluyendo las procedentes de disidentes dentro de sus propias comunidades.

Lo que todo el mundo necesita entender es que en el derecho a expresar opiniones ofensivas radica el principio de la libertad de expresión. Como dice Fran Liebowitz, “sentirse ofendido es una consecuencia natural de irse de casa” cuando vives en una sociedad moderna.

La verdad es que cualquier opinión que se pueda concebir sobre cualquier cuestión importante siempre ofenderá a alguien. La evolución, el feminismo, los derechos de los homosexuales, las críticas a Israel, el ateísmo, la secularidad, el anti-capitalismo, todos estos temas resultan extremadamente ofensivos para mucha gente. ¿ Queremos animar a todos aquellos que los encuentren ofensivos a apelar a las comisiones de derechos humanos para que eliminen esas ideas? ¿Es ése el precedente que queremos sentar?

No lo creo. Como dijo George Orwell, “Si algo significa libertad, es el derecho de decirle a la gente aquello que no quiere oír”. La forma de lidiar con las ideas ofensivas es discutirlas e intentar refutarlas, no prohibirlas.

El problema del discurso del odio.

Habrá personas que estarán de acuerdo con muchas de las cosas que he escrito aquí pero que sostienen que el “discurso del odio” es un caso especial que si que requiere ser censurado. El discurso del odio es un tema especialmente delicado, y no quiero pasar por él de forma superficial. Ciertamente, se deberían tratar como crímenes las amenazas claras de violencia o incitamientos evidentes a la violencia. También considero apropiado que las instituciones y organizaciones implementen sus propias políticas contra el discurso del odio, por ejemplo, que una organización rechace alquilar un espacio a un orador o a un grupo que promueva el odio, o que una página web rechace la publicación de mensajes que promuevan el odio. Pero eso es distinto de la leyes contra los discursos de odio. Estas se utilizan erróneamente casi siempre, como ha ocurrido por ejemplo, con los recientes intentos para suprimir las criticas al apartheid israelí al calificarlo como un “discurso de odio”. Creo que las razones para denegar al estado el poder de regular los discursos sobrepasan enormemente los argumentos para querer concederle ese poder.

Uno también se da cuenta de que las leyes contra el discurso de odio normalmente sólo sirven (además de darle publicidad gratuita) a las minorías mas excéntricas: los incitadores al odio son inteligentes y saben como codificar su mensaje de manera que no cruce la linea y al mismo tiempo se siga manteniendo claro. El Partido Nacional Británico (British National Party) ha llegado, por ejemplo, a presentar su mensaje en el popular lenguaje de la política de identidad: es decir, “cada cultura es única y tiene derecho a sus propios valores y a una existencia autónoma, y eso incluye los valores de los europeos blancos y de la cultura europea blanca”.

Creo que la respuesta al discurso del odio debe ser política, esto es, exponiendo, refutando y organizándose políticamente contra los incitadores al odio. El estado está muy lejos de ser un instrumento contundente y peligroso que pueda ser utilizado para legislar nuestra responsabilidad individual y colectiva de tratar al prójimo con respeto y educación. No podemos dejar que el discurso del odio sirva como excusa para expandir el poder represivo del estado.



Septiembre-Octubre 2008.



Relacionados:
La Libertad de Expresión y las Verdades Aceptables
Libertad de expresión para mi (tú te callas).
Los enemigos de la censura.
En completo desacuerdo.


Recursos y páginas web:
Centro Internacional Canadiense PEN (Canadian Centre International PEN)
Asociación para las Libertades Civiles de Canadá (Canadian Civil Liberties Association)n
Connexions: Enfoque sobre los Derechos Humanos y las Libertades Civiles (Connexions: Focus on Human Rights and Civil Liberties)
El Listado de la Censura (Index on Censorship)
Kenan Malik
Comité para un Discurso Libre y Serio (Seriously Free Speech Committee)
Directorio de recursos: contactos sobre la censura (Sources Directory: Censorship Contacts)

Términos relacionados:
Derecho al aborto – Libertad académica – Censura – Libertades Civiles – Doble moral – Libertad de expresión – Libertad de expresión- Política de identidad - Apartheid Israelí – Palestina – Critica religiosa – Universidades


Traducido del ingles por Arantxa Arenal.

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